miércoles, 13 de junio de 2012

El bombón y los libros

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Nada como dar un paseo por la tienda de libros para sentirse como una niña en juguetería. Hoy tiene dinero extra y eso la emociona. Viene a buscar juguete nuevo. Se truena los dedos que le quedan libres porque antes de entrar destapó un bombón con centro de chicle. Recorre la sección de traducciones, pero la cantidad de títulos la asusta. Entonces se dirige al mueble giratorio que presume las versiones de bolsillo. Ese es un buen comienzo.

¿Qué dirá su corazón hoy? En estos casos es él quien decide. Él definirá el estado de ánimo de las próximas noches (y almuerzos solitarios) de lectura.

¡Ajá! Ya lo tiene. La contraportada la ha convencido: "(...) se reencuentra con Shimamoto, su mejor amiga de la infancia y la adolescencia. Y la atracción renace. Hajime parece dispuesto a dejarlo todo por ella. Una historia sobre amores perdidos y recobrados (...)"

Lo acerca a su pecho, como esperando a que el corazón esté de acuerdo. Busca una página al azar y clava su nariz entre las letras impresas. Decidido.

(En la tienda no se escucha más que sus dientes triturando el bombón.)

Uno más. Sección hispanoamericana. La estantería es ancha y se extiende hasta la puerta de entrada, pero esta vez no la intimida el exceso. Aprieta el primer libro entre su brazo y la mano derecha. Los dedos de la izquierda brincan sobre las tapas del nuevo mueble, con ese ademán con el que jugaba de niña a que el índice y el medio simulaban ser los pies de un pequeño individuo.

¡Oh-oh! Ahí está el autor de las columnas de opinión que lee cada semana en el periódico. Otra vez la contraportada: "Conjurar la figura del padre es un reto que recorre consagradas páginas de la historia y de la literatura. ¿Quién no recuerda las obras de Kafka, Philip Roth, Martin Amis o V.S. Naipaul sobre su venerado o cuestionado progenitor? Ahora será también difícil olvidar este libro desgarrador (...)".

Listo. No lo piensa dos veces. Saca su dinero frente a la cajera y disfruta observando ese intercambio. Los papelitos de colores que entrega, le regresan en forma de dos joyas literarias.


Afuera de la tienda, los transeúntes ven a una mujer que esconde su rostro dentro de una bolsa de papel, como lo hacen las avestruces en la tierra. Al sacar la cabeza, deja ver su amplia sonrisa infantil mientras mastica un chicle.

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