martes, 26 de junio de 2012

Los anteojos

N. nunca quiso ser grandioso. Estaba seguro de que su misión era esperar y que mientras tanto, la vida le sucedía porque sí, porque ni modo. A veces, no se explicaba por qué tenía pesadillas despierto. Pensaba que la ambición era sucia y que el dinero sabía a tierra con lombrices.

N. fue creciendo con esas certezas. Muy seguido se golpeaba fuerte, se daba contra las puertas, se tropezaba con las personas, se confundía de dirección y se desorientaba a menudo. Ya empezaba a acostumbrarse a esa sensación de andar perdido y también a una serie de confusas lágrimas.

Afortunadamente en uno de esos caminos equivocados que tomó, N. descubrió que no existen los "siempres" ni los "nuncas" y que aquellas verdades que había arrastrado durante largo tiempo eran puras mentiras.

Por eso N. se compró unos anteojos gruesos que le ayudan a observar con más claridad el suelo que pisa. Todavía se cae y se golpea, pero ahora de sus ojos se desprenden gotas de agua brillante y cálida.

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