Hace un año caminé por calles extrañas, solitarias pero tranquilas, amplias, con nombres raros. Llovió toda la noche y temprano brillaban las banquetas desde sus charquitos. El olor a creosota me empezaba a ser familiar. Recuerdo que me sentí muy feliz. Tenía la sensación de estar estrenando. Y claro, estaba estrenando vida.
Sin darme cuenta estaba regresando a mis orígenes, a mi verdadero yo, sin maquillaje, sin zapatos altos, sin esconderme de nada, sin avergonzarme de nadie, con una sonrisa nueva, y mucho-mucho cansancio físico. Yo caminaba a todas partes. Me asustaba lo lejos que quedaba todo, la poca sombra que había para descansar del sol; me asustaban las ampollas en los pies, ver mi piel más oscura, mis ojeras en el espejo, mis huesos. Y sin embargo, me sentía satisfecha.
Todo es diferente ahora. Dejo a medias lo que empecé hace un año. Voy hacia otra ciudad, a empezar la vida que inconscientemente he querido desde que tenía 30 años, pero voy a vivirla de urgencia.
Hace un año no podía imaginarme aquí, transitando estos caminos tan rectos y largos, acarreando muebles, maletas, angustias, incertidumbres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario