sábado, 23 de febrero de 2013

La mujer sin miedo

Ayer, mientras hacía cola para subir al transmetro, una agente de la policía municipal nos sonreía con dulzura a quienes íbamos avanzando. Un viejecillo moreno, vestido con la formalidad de un sombrero, saco y corbata, caminaba hasta atrás, refunfuñando algo entre dientes. Al pasar cerca de la señora agente escuché que en tono resignado, pero risueño, reprendía a este hombre diciéndole: "Todos los días pelea usted, señor. Siempre entra de mal humor".
Esta actitud encendió más la inexplicable furia del anciano, por lo que se coló y entró a empujones al bus. Mientras las puertas se cerraban, la agente se quedó en la parada solicitándole (y hablando a través del vidrio) que no volviera a faltarnos el respeto a quienes ordenadamente hacíamos la cola.
Hasta este momento, empezaba a crecer dentro de mí un sentimiento de compasión hacia la señora, quien nunca perdió la paciencia e intentó, con cortesía, hacer un buen ciudadano del hombre de oídos sordos.
Cuando este señor se ubicó en el asiento amarillo, designado para personas de la tercera edad, descubrió su cabeza calva y se sopló el cuello con su sombrero, al tiempo que decía: "Si fuera mi mujer, ya la hubiera verguiado".
Sentí que se me partía el corazón, literalmente. No cabía en mi pequeña cabeza una razón por la que, ante tanta amabilidad y respeto, el hombre haya respondido con esta violencia. Incluso imaginé cómo habrá sido de joven y me pregunté qué desafortunada mujer habrá descubierto en él esa particular manera de actuar. ¿Se habrá separado de él? ¿Se habrá defendido? ¿Estará viva?

Últimamente he sentido una amarga esperanza cuando leo en las noticias que las mujeres guatemaltecas se atreven cada vez más a denunciar el abuso. Es como si rescataran la dignidad de muchas otras cuya autoestima ha sido dañada para siempre, pero a la vez me aterra ser testigo de la facilidad con que el ser humano llega a esos extremos violentos.
Hoy descubrí, en parte, la raíz del problema de ese y de muchos otros hombres. Es una reflexión que hace el periodista y escritor uruguayo Eduardo Galeano, un pensamiento que hizo público en su país, como parte de una campaña contra la violencia que se llama Nunca más a mi lado:

"Hay criminales que proclaman tan campantes: ‘la maté porque era mía’. Así no más, como si fuera cosa de sentido común, y del derecho a la propiedad privada que hace al hombre dueño de la mujer. Pero ninguno, ninguno, ni el más macho de los supermachos tiene la valentía de confesar: ‘la maté por miedo’. Porque, al fin y al cabo, el miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo."

sábado, 2 de febrero de 2013

Jugar a las revistas

De tanto hojear los catálogos de su mamá se quedó pensativa. Aún alejándose de ellos, si cerraba sus ojos, le regresaban las imágenes de esas páginas: párpados gigantes pintados de colores, cejas delgadas delineadas con un pincel, labios inflados y brillantes, pestañas de un largo nunca visto...

Recordó que en aquel mueble viejo, que le queda muy alto, sus papás colocan los perfumes y las cremas, pero también las pinturas en polvo, unas brochas delgaditas y crayones que pintan suave. ¿Qué tal si reproduce con todo eso aquellas imágenes de las revistas? Su rostro puede ser el lienzo.

Después de escalar hacia el asiento, sus pies cuelgan juguetones a escasos centímetros del suelo. Sus manos se tiñen de verde esmeralda, azul cielo, marrón y blanco. No le resulta tan difícil dibujar arcos oscuros sobre sus ojos, ni rellenar los labios sin salirse de la línea.

Cuando considera que su obra ha terminado, desciende con una sonrisa pícara. Justo a tiempo para recibir a su amigo, con quien quedó de salir a jugar al parque.

El niño del otro lado de la puerta no puede más que abrir bien los ojos para encontrar a su amiga detrás de la pintura. Ella suelta una carcajada, lo toma de la mano y le propone un nuevo juego: "hagamos juntos una revista para mamás".