lunes, 15 de septiembre de 2014

Hace un año

Hace un año estaba sentada frente a esta misma mesa, pero en un apartamento diferente. Estaba en mi cajoncito de piedra, aislada de mi familia, de mi país, de mis amigos… Estaba contenta porque al fin tenía mi propio espacio, al fin se empezaba a construir en mi cabeza una idea de lo que podría alcanzar en esta nueva aventura que emprendía. Al fin me estaba creyendo lo que me pasaba. Se estaba haciendo concreto.


Hace un año caminé por calles extrañas, solitarias pero tranquilas, amplias, con nombres raros. Llovió toda la noche y temprano brillaban las banquetas desde sus charquitos. El olor a creosota me empezaba a ser familiar. Recuerdo que me sentí muy feliz. Tenía la sensación de estar estrenando. Y claro, estaba estrenando vida.

Sin darme cuenta estaba regresando a mis orígenes, a mi verdadero yo, sin maquillaje, sin zapatos altos, sin esconderme de nada, sin avergonzarme de nadie, con una sonrisa nueva, y mucho-mucho cansancio físico. Yo caminaba a todas partes. Me asustaba lo lejos que quedaba todo, la poca sombra que había para descansar del sol; me asustaban las ampollas en los pies, ver mi piel más oscura, mis ojeras en el espejo, mis huesos. Y sin embargo, me sentía satisfecha.

Todo es diferente ahora. Dejo a medias lo que empecé hace un año. Voy hacia otra ciudad, a empezar la vida que inconscientemente he querido desde que tenía 30 años, pero voy a vivirla de urgencia.

Hace un año no podía imaginarme aquí, transitando estos caminos tan rectos y largos, acarreando muebles, maletas, angustias, incertidumbres.