martes, 26 de junio de 2012

Los anteojos

N. nunca quiso ser grandioso. Estaba seguro de que su misión era esperar y que mientras tanto, la vida le sucedía porque sí, porque ni modo. A veces, no se explicaba por qué tenía pesadillas despierto. Pensaba que la ambición era sucia y que el dinero sabía a tierra con lombrices.

N. fue creciendo con esas certezas. Muy seguido se golpeaba fuerte, se daba contra las puertas, se tropezaba con las personas, se confundía de dirección y se desorientaba a menudo. Ya empezaba a acostumbrarse a esa sensación de andar perdido y también a una serie de confusas lágrimas.

Afortunadamente en uno de esos caminos equivocados que tomó, N. descubrió que no existen los "siempres" ni los "nuncas" y que aquellas verdades que había arrastrado durante largo tiempo eran puras mentiras.

Por eso N. se compró unos anteojos gruesos que le ayudan a observar con más claridad el suelo que pisa. Todavía se cae y se golpea, pero ahora de sus ojos se desprenden gotas de agua brillante y cálida.

viernes, 22 de junio de 2012

Un juego de grandes

Cuando tenía unos 10 o 12 años de edad, dejó por un lado las muñecas y se interesó por jugar a la interpretación de roles.

Junto a su hermana, pretendían que trabajaban como maestras, cada una en su respectiva escuela. Peleaban por ganar una lámina que separaba el patio del pasillo, pues en ella el yeso se deslizaba fácilmente. Ese pizarrón improvisado determinaba la colocación de los pupitres imaginarios para los alumnos invisibles.

Después de unas breves clases, las hermanas (que en el juego eran amigas) se reunían a tomar café como dos mujeres adultas. Dependiendo del día y de los ánimos de cada una, un bebé podía entrar en la escena. Eso agregaba cierto grado de dificultad que involucraba pañalera, llanto y sueño ficticio, por lo que interrumpir la junta de amigas era una opción pocas veces elegida.

Al terminar la sesión de chismes inocentes, cada una se dirigía a su casa de mentiras. Con una llave de plástico, que insertaban en algún agujero de la pared, abrían la puerta a su espacio imaginario. Ambas vivían solas. Ambas usaban carteritas, que adentro llevaban billeteras, que adentro tenían papeles rectangulares (recortados de periódicos y revistas).

Cuando tenía 22 años de edad, salió a convertir en realidad aquel juego de la infancia. Su hermana le ayudó a conseguir un apartamento de verdad.

lunes, 18 de junio de 2012

El futbol, un espectáculo de amor

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A ella le interesa el futbol más como fenómeno social que como deporte. Por eso, ahora que la Eurocopa está en pleno, se ha dado a la tarea de sustituir el libro por la televisión mientras almuerza. Observa a los hombres que ven el partido -a las mujeres también- e intenta comprender por qué un equipo de un país tan lejano enciende emociones en los espectadores, la mayoría conectadas con el nerviosismo y con un súbito sentido de posesión (quiero que "mi equipo" gane).

Si a su lado están sentados algunos de esos emocionados televidentes, aprovecha para hacerles preguntas. Ninguna relacionada con el futbol, sino con esa actitud que observa en ellos, los que no juegan pero sienten cada patada, cada pitazo, como si estuvieran en el área de juego. A veces pueden responderle con argumentos interesantes; otras veces no pueden terminar sus propias frases porque se ven interrumpidos por algún gol fallido, una imprudencia del árbitro o por el contrario, por un "golazo" o un "señor gol".

Hoy salió a comer temprano, por lo que no tuvo compañía frente a la tele. Eso le permitió alimentar el cuestionario en su cuaderno de apuntes, para cuando su próxima víctima masculina se siente cerca de ella en el siguiente almuerzo.

Y se dio cuenta, por fin, de que hay varias cosas que sí le gustan del futbol y que le gustaría observar más en la vida diaria:

1) Los hombres lloran. No les importa que sus lágrimas sean transmitidas por poderosas cadenas televisivas, ni que eso signifique que todo el mundo las vea. Como tampoco les interesa si hay una foto de sus ojos llorosos circulando por las redes sociales y los periódicos. Y si algo les duele (mucho o poco), no hay reparo en la exageración del dolor. Cierran los ojos, aprietan los dientes, se tiran al suelo y gritan. ¡Aquí no hay rudeza ni machismo, hay libertad para expresar sentimientos!

2) Los hombres son cariñosos. No hay ningún prejuicio cuando la alegría invade a un equipo. Hombres abrazan hombres, se dan de nalgadas en señal de orgullo, se dan besos en la boca como agradecimiento, se suben en las espaldas del otro y elevan los brazos al cielo. ¡Nada importan los chistes de los aficionados! Cuando se celebra un triunfo, se valen estas expresiones. ¿Por qué no sucede esto mismo entre sus amigos, cuando nacen sus hijos, por ejemplo, o cuando por fin se graduaron o culminaron con éxito un proyecto profesional?

3) Los hombres son atentos. En la cancha, hay hombres encargados de las toallas sudadas, los pachones con agua, la atención médica, por lo que salen al rescate cuando alguien se golpea, cuando alguien tiene sed o se le cayó el zapato. ¡Ellos pueden tener lindos detalles con su propio género!

4) Los hombres reconocen que no siempre aciertan. Es reconfortante observar las expresiones de frustración en aquellos que hacen un mal pase o fallan un gol. No se necesitan palabras, se nota en sus rostros que el error duele, pero se supera a los pocos minutos.

No ha sucedido en este campeonato, pero sí espera con ansias a que lleguen esos días de "la final" para poder ser partícipe de ese espectáculo que lamentablemente sólo se disfruta en el futbol. Da un último sorbo a su refresco y se retira del comedor llena de esperanzas.

jueves, 14 de junio de 2012

El hermano escondido

Ella siempre quiso un hermano mayor. Cuando salía de la escuela, veía que a sus compañeras las esperaba siempre un muchacho más alto y maduro. Les ayudaba a cargar la pesada mochila y las hacía reír con alguna broma.

Siendo la mayor de los primos paternos, la mayor de los primos maternos y la mayor de sus hermanas, a veces sentía necesaria una ayuda, o una guía relajada cuando hacía tareas. No sabía lo reconfortante que podía ser llorar en el pecho de un hermano mayor que la consolara si se golpeaba durante los juegos.

Cuando había reuniones familiares, a ella le encargaban el cuido de los más pequeños. En una ocasión la mandaron de visita a donde unos tíos. Conoció a sus nuevos primos, la llevaron de paseo y a comer fuera. Pero por la noche, unos amigos de los adultos querían salir a bailar. Así que, la declararon unánimemente como encargada de los cinco hijos de los amigos y de sus dos primos... Ha sido el paseo más agotador que ha tenido.

Sabe que pedir un hermano mayor es biológicamente imposible, por lo que inconscientemente, focalizó los menesteres de consuelo y seguridad en su mejor amiga.Le gusta que ella la defienda cuando alguien le hace daño. La busca cuando se siente triste o le cuenta las cosas que la enojan. Su amiga es capaz de darse de trompadas con cualquier niño o niña que la amenace, así que no le fue difícil tomar ese papel.

Pero, como a cualquier familiar, ella procura no preocupar a su amiga y le oculta algunas travesuras que hace para que no la regañe. Y, a veces, no le dice la completa verdad por temor a decepcionarla.

"¿Qué pasará si se entera mi amiga?", se pregunta. Y en esos momentos se da cuenta de que sigue necesitando a su hermano mayor.

Lo que ella no sabe es que muy adentro, muy adentro, cerca de su corazón, está esa figura que tanto busca. ¡Se le revela en muchas situaciones, especialmente en esas donde le toca cuidarse sola y defenderse de los tipos malos!

miércoles, 13 de junio de 2012

Las cosas que hay adentro

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Si alguien se detuviera a observar lo que hay aquí adentro, podría definir los gustos de mi dueña o tal vez su personalidad completa. En el piso están regadas las páginas de varios relatos escritos en computadora, pero con muchas anotaciones a mano, tachones, estrellas dibujadas o caritas tristes.

Colgada del respaldo de su asiento hay una bolsa que rebalsa de envoltorios vacíos de galletas y dulces; kleenex usados y pedazos de papel en los que ha escrito algo que obviamente ya no necesita.

En el sillón trasero hay otro tanto de periódicos y revistas. Creo que ya tiene acumulados los números de varios meses. También hay ropa. A primera vista, parecen prendas que se usan en un gimnasio, pero si se suman al mat de yoga que esconde en el baúl, se entiende todo mejor.

Casi siempre caminamos ella y yo solos. Raras veces se ha hecho acompañar. Claro que cuando lo hace, puedo sentir su felicidad, especialmente si recorremos largas distancias sin parar.

Qué curioso. Ella no se ha dado cuenta de que se está cumpliendo lo que se ha repetido una y otra vez en su cabeza: "Quisiera que toda mi vida cupiera adentro de este carro y que ahí estuviera mi casa".

El bombón y los libros

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Nada como dar un paseo por la tienda de libros para sentirse como una niña en juguetería. Hoy tiene dinero extra y eso la emociona. Viene a buscar juguete nuevo. Se truena los dedos que le quedan libres porque antes de entrar destapó un bombón con centro de chicle. Recorre la sección de traducciones, pero la cantidad de títulos la asusta. Entonces se dirige al mueble giratorio que presume las versiones de bolsillo. Ese es un buen comienzo.

¿Qué dirá su corazón hoy? En estos casos es él quien decide. Él definirá el estado de ánimo de las próximas noches (y almuerzos solitarios) de lectura.

¡Ajá! Ya lo tiene. La contraportada la ha convencido: "(...) se reencuentra con Shimamoto, su mejor amiga de la infancia y la adolescencia. Y la atracción renace. Hajime parece dispuesto a dejarlo todo por ella. Una historia sobre amores perdidos y recobrados (...)"

Lo acerca a su pecho, como esperando a que el corazón esté de acuerdo. Busca una página al azar y clava su nariz entre las letras impresas. Decidido.

(En la tienda no se escucha más que sus dientes triturando el bombón.)

Uno más. Sección hispanoamericana. La estantería es ancha y se extiende hasta la puerta de entrada, pero esta vez no la intimida el exceso. Aprieta el primer libro entre su brazo y la mano derecha. Los dedos de la izquierda brincan sobre las tapas del nuevo mueble, con ese ademán con el que jugaba de niña a que el índice y el medio simulaban ser los pies de un pequeño individuo.

¡Oh-oh! Ahí está el autor de las columnas de opinión que lee cada semana en el periódico. Otra vez la contraportada: "Conjurar la figura del padre es un reto que recorre consagradas páginas de la historia y de la literatura. ¿Quién no recuerda las obras de Kafka, Philip Roth, Martin Amis o V.S. Naipaul sobre su venerado o cuestionado progenitor? Ahora será también difícil olvidar este libro desgarrador (...)".

Listo. No lo piensa dos veces. Saca su dinero frente a la cajera y disfruta observando ese intercambio. Los papelitos de colores que entrega, le regresan en forma de dos joyas literarias.


Afuera de la tienda, los transeúntes ven a una mujer que esconde su rostro dentro de una bolsa de papel, como lo hacen las avestruces en la tierra. Al sacar la cabeza, deja ver su amplia sonrisa infantil mientras mastica un chicle.